Un sábado de primavera, a María Vicente, entonces una niña de 10 años, le prometieron una tarde en el cine y, cuando salió del coche, descubrió que allí no había taquillas, ni salas, mucho menos palomitas. Estaba frente a las pistas de atletismo de L’Hospitalet. Su madre María José, atleta colegial, juez de atletismo y ahora entrenadora, se había compinchado con su tía y su primo para que Vicente, que sólo había probado el baloncesto, se enamorara del tartán. Y funcionó. Para toda la vida funcionó. «Estaba súper enfadada, pero mi primo empezó: ‘¡Venga, vamos! ¡Venga, María!’. Hice carreras de vallas, salto de longitud y me dije: ‘Esto está guay, el año que viene me apunto’. Hasta entonces pensaba que el atletismo era sólo dar vueltas corriendo y le decía a mi madre que no me gustaba, que no me quería cansar».
Siete años después de aquel engaño, Vicente lo relata a EL MUNDO en las pistas del CAR de Sant Cugat, donde vive. En la recta entrena el velocista Bruno Hortelano y en la contrarrecta se prepara la selección de Suecia, pero llegan unas taekwondistas y sólo la miran a ella. «¿Es ella? ¿Es ella?». Sí, sí, es ella. La mayor promesa de la historia del atletismo español. La primera campeona del mundo juvenil del país: lo fue en heptatlón el año pasado en Nairobi. La primera española plusmarquista mundial sub18: lo consiguió en pentatlón este marzo en Antequera.
Ese reciente récord ya la sitúa en el camino al éxito que antes recorrieron Usain Bolt, Javier Sotomayor o Heike Drechsler, aunque muchos otros se perdieron antes de llegar. «El récord no significa que vaya a ganar en categoría absoluta. Estoy muy contenta, pero no me puedo quedar con eso. Tengo que seguir entrenando», proclama con la madurez de quien ya ha superado dificultades. La primera: las lesiones. Hace dos años, a los 15, sufrió una rotura de los isquiotibiales y pensó en dejarlo. La segunda: los prejuicios…
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